La la land y la desmitificación del amor romántico
- Diana Morán
- 11 feb 2022
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 14 feb 2022
Cuando del género romántico se trata, en el cine no hay opción: la trama más vendida es la de una pareja heterosexual que se enamora y enfrenta todos los obstáculos para que al final de la película su amor triunfe, y entonces puedan dedicarse el resto de sus vidas a ser felices, juntos. ¡Qué belleza! ¿no?

Con La la land (2016), Damien Chazelle rompe con ese esquema basado en mitos del amor romántico. Este director estadounidense cuenta una historia de amor poco convencional, y aquí va el gran spoiler: al final, los protagonistas no se quedan juntos. ¡Qué tragedia!
En efecto, resulta sumamente triste seguir paso a paso el enamoramiento (porque la pareja llega únicamente a eso) de dos personas con sueños tan intensos y distintos para al final darse cuenta que no hay un “juntos por siempre”. Esa es parte de la genialidad del discurso argumental de este filme: retratar una historia de amor bastante más común de lo que se puede imaginar, y es la razón por la que La la land (2016) es una película que desmitifica algunas de las creencias más importantes del amor romántico.
De acuerdo con la clasificación de Alicia Pascual, en La la land (2016) se desmitifican: el amor verdadero predestinado y la idea de que el amor es lo más importante y que requiere entrega total. Ahora veremos de qué manera.
En esta preciosa cinta, Mia y Sebastian se conocen por simple casualidad, sin si quiera pretender caerse bien, sin embargo, al instante se nota una chispa de química entre ellos. Como toda película romántica, hace creer al espectador que lo de ellos es amor a primera vista, que andaban sin buscarse, pero sabiendo que andaban para encontrarse —diría Julio Cortázar— y que su primera cita es el inicio del fuerte vínculo que aún sin conocerse, ya habían desarrollado. Romance puro: el mito del amor predestinado.
Como sentimiento y sustancia química, el amor inicia con algo llamado enamoramiento, aquel sentimiento intenso y pasajero de necesitar a la otra persona todo el tiempo, de sentir que sin ella no se es nada, de tener mariposas en el estómago y de sentir felicidad por todos y cada uno de los rasgos de su ser.

Por tanto, cuando Mia y Sebastián inician su relación, nos regalan algunas secuencias de cómo viven su romance: citas, diversión, felicidad desmedida y tan fácil de obtener. Mutuamente se complementan como lo haría una pareja de enamorados, porque en realidad son únicamente eso: enamorados.
Entonces llega el factor que en la película es clave para cumplir con la desmitificación: cada uno es un individuo, con pensamientos, sentimientos y metas propios. Pensar que están predestinados es asumir que existen básicamente para el otro, y esto lleva al otro gran mito, el de “el amor es lo más importante y requiere entrega total”.
Mia tiene un sueño muy claro desde que era niña: ser una reconocida actriz, llegar a la cima del mundo actoral. Por su parte, Sebastian tiene también un sueño: poner su propio bar para rescatar lo que él asegura está muriendo, el jazz. Ambos saben que es eso lo que quieren, y en un principio intentan trabajar en ello, sin embargo, inevitablemente llega un punto en el que trabajar lo que tú deseas junto a alguien que tiene su propio deseo, se vuelve un factor más bien limitante.
Si bien tener una relación de pareja y decidir compartir tu vida con alguien implica crear acuerdos y tener un respeto por los sentimientos y emociones del otro, esto no significa limitar tus sueños y metas personales a esa relación, y eso lo demuestran Mia y Sebastián.
A ella le surge la oportunidad de conseguir lo que tanto soñó: la llaman a realizar una audición para un importante papel que la lanzaría al éxito. Antes de saber si lo conseguiría, tiene una conversación con Sebastian sobre lo que pasaría entre ellos. Para entonces no estaban juntos, pero él le hace saber que es consciente que ella necesitará preocuparse únicamente por conseguir lo que siempre ha deseado, y que él hará exactamente lo mismo.
Ambos deciden cumplir sus metas, no sacrificar su crecimiento personal por una relación, y lo cumplen. Entonces ocurre lo inevitable, realizan sus vidas en toda la extensión de la palabra, crean nuevos sueños.

Al final únicamente le regalan al público un homenaje de lo que pudo ser la historia de amor romántica perfecta (que implicaba necesariamente el sacrificio de uno para la realización personal del otro), pero lo dejan con la idea de la realidad: tan solo la historia de dos personas que se amaron y que conservan ese sentimiento, aunque cada uno vaya por su lado.
—Cuando lo obtengas, tú tendrás que
darlo todo. Es tu sueño.
—¿Tú qué vas a hacer?
—Yo tengo que seguir mi plan,
quedarme aquí y empezar lo mío.
Tendremos que esperar y ver qué sucede
—Siempre te voy a amar.
—Yo también te amaré siempre.
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